viernes, 28 de noviembre de 2008

La CV

Cuando algo funciona, no lo cambies. Agustín.




Un día incluso vino a buscarme la Guardia Civil.

Tenía 14 años y descubrí el amor y la cerveza, frontera dolorosa entre la infancia y la adolescencia que con algún eufemismo tratarán los manuales de psicología. De la escalera y el litro (sin abandonar, por ello, ninguno de los dos) el cambio al bar suponía una ascensión social, de estilo sobre todo, la bienvenida a un mundo pretendido de comunión y decadentismo. La Casa Vieja se convirtió entonces, y hasta hoy, en refugio. Refugio muchas veces de maleantes, embusteros, lagartonas, hampones, mamahostias, bobos ilustrados, sin ilustrar, sevillistas y gente de parecida ralea que feliz y justísimamente en este sitio son denominados con el eterno nombre de mediopelo.
Y es que uno se ha criado allí y ha visto muchas cosas. Y cuando cambie no quedará más remedio que buscarse otro bar.

En la CV ha tenido lugar mi educación sentimental. Hablábamos de sentimientos cuando hablábamos de sentimientos, del futuro cuando no teníamos pasado, de mujeres cada vez que se podía como si habláramos de El dorado.

No se puede, ya lo saben, decir nada de la CV sin hablar de su dueño, alma mater. Pero tampoco puede hablarse de su dueño en una extensión decorosa. Digamos, pues, brevemente, que es síntesis de contrarios: prosaico, bruto, tunante, fascista; pero también romántico, sutil, leal y ácrata.

No sigo, recuerdo tantas cosas que no podría acabar. Dentro de un par de semanas la Casa Vieja cumple 15 años. Nos vemos por allí, donde todo el mundo conoce mi nombre.

lunes, 17 de noviembre de 2008

Me dice Kela que Robe, de Extremoduro, había entrado en crisis creativa y andaba algo desesperado. Un amigo le dijo que se pintara un huevo, y a punto estuvo de hacerlo. Yo lo estoy pensando. Prometo algo en breve.