miércoles, 2 de diciembre de 2009

Sólo porque he dejado siempre en este blog el rastro de mis enfermedades escribo esto. Cuarto día de fiebre-destemplanza. La buena noticia de la ausencia de otros síntomas no enmascara ya mi tristeza y la pérdida de claridad. Al menos soy consciente. Entre los altibajos de temperatura pienso de forma pesimista sobre diversos aspectos de mi vida. Fallo en la percepción. No ayuda el reportaje sobre esquizofrenia que han echado, la verdad. Un punto de luz, sin embargo: me digo (metafóricamente: aún no he perdido la cabeza) que mañana o pasado, de día, no pensaré lo mismo, tendré ánimo, o alma, que diría Porerror. Y funciona. No es corriente, pero hoy me basta. Buenas noches.

sábado, 31 de octubre de 2009

Egoísmo, metáfora y ella


"El olor y el sabor, tan unidos, son las claves más íntimas de la vida. Hay que gustar todo con los ojos cerrados. Mirar una cosa es exteriorizarla, pienso ahora. Hay que ver sin mirar. Hay que oler. El olfato, quizás, es la mirada del alma" Francisco Umbral.
Lo que yo quise, como y cuanto amé, es lo que queda. Nada más que de mí, no hay otros nombres. Miguel Ángel astenia quincenal, miguelángel muriéndose de frío de la felicidad tan cerca, ese viento que traía la muerte, como en la canción del otro Silvio, y las copas postrándose, a fin de existir. Lo que el amor hacía de mí, yo era.



Me cuenta mi prima que tenía un compañero que, cuando la recogía para ir al trabajo por las mañanas, le calaba si había habido sexo matutino: "a ti te han soltado los perros esta mañana". Yo le he dicho que eso es por el olor. Hay gente que huele. Hay gente finísima que lo huele todo, y sea porque es un sentido casi inexistente en mí, me parece que el olfato es una aristocracia de los sentidos, muy lejos del animal que llevamos dentro. El olor me parece la forma más pulcra y educada de la comunicación, exento de la ambigüedad de la palabra infame, de la terquedad de nuestras manos sucias. Cambiaría mi carrera por distinguir un olor. Mi amiga Gracia sabe si la comida está sosa o en su punto por el olor, y me parece entre mentira (si ella mintiera) y maravilloso. Yo vivo entre semana en Las Erillas Blancas, Estepe. Junto a mi casa hay una fábrica de mantecados, así que huelo a azúcar y almendras cada día, sólo tengo que abrir un poco la ventana. A una persona con olfato le parecería excesivo, pero a mí me encanta, me acerca a casa el olor a dulce y pan. Pero ya está, no comprendo la magdalena de Proust, soy yo el olor que me interesa (otra vez yo): al parecer, yo huelo; huelo bien, eróticamente incluso. Una mujer me ha detectado tres olores diferentes que ya conoce. A otra le encanta uno de esos tres. Otra me pregunta que qué perfume uso, cuando no uso ninguno. Mi prima me dijo el otro día lo bien que olía, que qué me había echado. Pues nada. Las mujeres están locas, ya se sabe, y en su infinita y oscura sensibilidad contemplan más un olor que una mentira. Nosotros nunca comprenderemos eso.



Me cuesta hacer algo si no es a conveniencia. Mi supuesta bondad procura tener siempre cubiertas las espaldas. Procuro ser yo mismo, reservándome el derecho de dormir en casa, eso no vale. Las esquinas se doblan conmigo, dice Junior. Pretendo que mi mundo sea como yo.


Tenía pensado escribir algo como esto: "El verano remoto que no quiere irse. Nos alarga la mano hasta el pescuezo. Qué calor. Y sin embargo, no sé cómo, intuía el frío, no ya el otoño endeble. El caballo barruntando de espaldas. El triste invierno, inevitable, porque el veranillo que tiene mi nombre había de acabarse, no se podía quedar, así, sin más, más tiempo. Tener frío es estar solo." Pero me acaba de llamar, y esta metáfora del tiempo es sólo eso, pamplina, literatura falsa. Me ha sacado una risa, y sigo estando cómodo y no sé qué con ella. Un beso, guapa.


jueves, 27 de agosto de 2009


Si yo me viera, si yo me duplicara, como Locke, y me viera a mí mismo, qué decepción, qué mala versión de mí mismo, soy. Qué es lo que pretendo en ese perfil de número uno, la nariz de judío, la lengua de lagarto, los ojos de lagarto, el largo cuello. Y la voz. Esa voz de diecisiete años, convencida de nada. Yo no me aguantaría, siempre con lo mismo, cada vez más raro. Por eso no me gustaba ver fotos, ni Gracia hace milagros, y ahora me he visto al menos treinta veces.


Me tumbo sobre la colchoneta con la idea de no pensar en nada, de olvidarme de todo, y lo consigo fácilmente, pues caigo en que habitualmente no pienso en casi nada. Me enfrasco, paradójico, en pensar en algo, y ufanarme de haberlo esquivado, pero nada. El agua está algo fría. Estoy algo moreno ¿Y mi vida? ¿Y mi profunda vida? A ver si estos cabrones no me echan agua fría de la ducha. Mira el Felipe.


A arreones vivo, por eso no me canso del verano. Tengo la habilidad perfecta de aburrirme con un placer inmenso, sin agobios. No tengo voluntad. Mi madre dice que para eso me ha criado en la ley del mínimo esfuerzo. Pienso, sin embargo, en la falta de interés, en una rara paz conmigo mismo. Llevadme de la mano, como a un niño, que planto el culo enfrente del columpio.


No voy a hablar de Conil, ¡todavía queda verano! Un beso a todos.


lunes, 29 de junio de 2009

Casi verano

-Se acabó. María Jiménez

-¡...si jamás he podido entrar en unos brazos
sin sentir -aunque sea nada más que un momento-
igual deslumbramiento que a los veinte años! Jaime Gil de Biedma




La noche negra del verano ha de esperar aún porque he de hacer unos números en la campiña puta, ya me he puesto el colgante y las sandalias pero no paro de llevar y traer cosas, todo el día con la ropa a cuestas. Cuando salgo de Mairena me dice Alberto que parezco un militar. Me hace falta ya la noche negra. Paciencia.

Ella tiene un cuerpo perfecto que no abruma, hermoso sin embargo, lejos de la aséptica estupidez de una estructura sin reproches. Yo me he pasado el tiempo averiguando cualquier línea que se formara nueva, cualquier detalle en la fotografía, contemplando, en fin, tan cerca -ella me ha dejado-, los escenarios tibios de su carne.

Alguien ha pegado un zapatazo en la tarima, arde el parqué sentimental alrededor de mí. Los hombres huyen y las mujeres lloran, y viceversa, y yo no sé por qué, ni sé saberlo, ni tengo teoría ni ganancia, es como tarde y sólo quiero ya la sombra del verano y vuestra compañía.

Dos parejas de amigos se me casan.

miércoles, 6 de mayo de 2009

Gitanillas


Hasta las flores, niña,

se echan piropos,

a un clavel una rosa

lo ha vuelto loco. Alegrías populares




Alegrías salineras de La Niña de los Peines que sin saber le canto a mi sobrina, y parece, sólo lo parece que se calma ¿Me saldrá gitanilla, tan blanquita?


En Tenerife no hay gitanillas. Hay no sé qué. Miamor, miniño, mijo, en el mejor de los casos. Otras veces, más mala leche que un cable caío. Allí no cantan al compás (tampoco vi que isas) y eso se nota. Como dijo una guía, la economía isleña se sustenta desde el siglo XXI en el cultivo del turista, así que el nacionalismo se insufla en pequeñas pero consistentes dosis. Yo no quería irme de allí.


La Feria, ay, luego decís que no... La Feria es el carnaval de los sevillanos, donde queman la garganta y los muslos, sólo que aquí la hacemos después de Semana Santa, así el sabor de los pecados cometidos tienen el año largo para el recuerdo. El jueves me robaron el móvil. El sábado perdí el DNI, mi cara andará por el albero de Alcalá, metáfora de una noche desmedida.

Juan Carlos Marset le decía a Germán que al sevillano le gusta observar y ser observado, exhibirse, de ahí acudir a los toros, el paseo a caballo, la puerta de la caseta. Había una gitanilla que venía a verme, pero nosotros no queríamos que nos vieran.


Aún no me han plantado las gitanillas en la terraza, y ya tardo, que me han dicho que son duras, resistentes, orgullosas.

miércoles, 25 de febrero de 2009

Amorosa anticipación

Se inclina el sol súbitamente, se aúpa de repente como un muchacho de lo hondo al borde de la piscina en una anticipación amorosa de la primavera, con la que estaba cayendo, que ya nos hacía falta. Incluso retorna suave Estatuas Verdes esperando una risa, que Porerror nos tiende poético y sutil por boca del Topuno, un abrazo, amigo.
Las habas de Gullate me dice Manuel el conserje que han estirado a unos 70 centímetros, a ver si no se las desfloran los gañanes ante la negativa invernal de las muchachas a deshojarse ellas. Porque la primavera es un impulso, nunca espera a finales de marzo y ojalá quede algo cuando yo vuelva a caminar. Las niñas de Fama siguen igual de zorras y de hermosas y no comprendo sus rodillas tan fuertes. Ahora miro también a los hombres solamente a sus piernas, cómo no les molestan los tendones al andar. Paciencia, no puede haber otro paso atrás. Pero el protector de estómago no puede con el antiinflamatorio y el Ribera todo junto y es posible que mi paseo etílico, el más estético de mis movimientos, se me impida también por prescripción médica.
Tengo que no pensar en lo que me estoy perdiendo. Decía Porerror, y quiero que me explique, que como el tiempo es inexorable juega siempre a nuestro favor. Pero me pregunto que quién nos devuelve lo que no bailamos, ahora que hay ganas de echar un dancing.

Por lo menos dijo el otro día Rosa Mª Sardá en La niña de tus ojos que los cojos tienen fama de grandes copuladores, ahí están Lord Bayron, Goebbels y no sé quién más.

miércoles, 28 de enero de 2009

Explico algunas cosas

Invitadme a las islas, cualesquiera que sean, a las montañas negras de mi país. Guiadme por las calles, como si disfrutáramos, de ciudades antiguas, enseñadme de frente el edificio raro que con más ignorancia hayan dejado levantar al hombre. Colgad de mi pared un cuadro de verdad, que figure en los libros, dedicado a algún rey holandés, de uno de esos pintores que murió en la indigencia ignorando su valor en las casas de subasta. Llenad mi copa o, mejor aún, dejad la botella del vino más caro de Francia, por fuerza ha de ser bueno si entendidos franceses pagan tanto dinero. Ya sabéis lo que me gusta el vino. Baila conmigo una canción de soul en navidad sin nadie que nos vea. Comprometed los viernes conmigo por los bares, comprometed la risa, impostando el perfil de nuestra pobre burguesía, organizadme por fin una fiesta sorpresa.
Os besaré. Estaré alegre, confuso. Mi corazón será a partes iguales ansiedad y delirio. Pero al pasar el viaje, el cuadro en el olvido, si mantengo con fortuna del vino su recuerdo, cuando acabe la música, ya cerrados los bares, la fiesta despedida, volveré a ser el mismo. Mi tiempo necesita, no me engaño, del recuerdo constante de una mujer perdida de antemano. Imaginar las horas, las veladas futuras, junto a ella. Imaginar un punto, un espacio del cuerpo, por ejemplo, un miedo descifrable, una palabra que ella sólo diga. Y asirlo y mantenerlo y acunarlo.
Me salvo así. Busco con sólo aire. Finjo, temo.

sábado, 17 de enero de 2009

La importancia de llevar leotardos


Parón navideño, ¿o es un parón el tiempo de trabajo en medio de nuestras vidas asilvestradas? En quince días no da tiempo al descanso. Han corrido el vino y la vida como en el libro de Rimbaud. Tu felicidad, me decía Kela, es insultante.


Escucho Yo no me doy por vencido, de Luis Fonsi, y me gusta. Mala señal: estoy tontito. Y cuándo ha sido bueno eso para nadie.


Blake Edwards le dio a Vilallonga una joya carísima para que trasteara con ella en el bolsillo durante la escena de la fiesta en Desayuno con diamantes. La intención del director era que el español (brasileño en la peli) presentara cierto aire distinguido, misterioso. Así me siento yo con mis leotardos (El Rubio confecciones, talla G). Nadie los ve, pero ¡cómo deben de notárseme! Primero, aportan una confortabilidad especial ¿Es como llevar a cuestas la mesa de camilla? No, no es la misma cosa, ni es la misma liga; ni siquiera es el mismo jodido deporte. Pero es lo más parecido. El enemigo filtrado por la tela vaquera se choca y sucumbe contra el algodón del leotardo. El segundo motivo es sin duda el más importante. No sé de qué manera lo consiguen, pero no puede negárseles a los leotardos cierta masculinidad. Una vez solventado el escollo almodovariano de ponérselos (es importante en este punto no estirar el empeine; al fin y al cabo, soy un hombre) el leotardo fija la figura, enjuta y aterida en mi caso, la resalta, algo así como el expresionismo viril de cintura para abajo. Y luego está el descubrimiento callado del que han venido disfrutando las mujeres y algún cuco como Víctor Bullate: los apretados muslos suponen un beneficio carnal, de sexo anticipado, un affaire de algodón y canutillo. Queridos hombres, olvidad todo lo aprendido y atreveos. Al fin y al cabo, John Wayne frenaba diligencias y llevaba leotardos.