lunes, 6 de diciembre de 2010

"La carne es triste, y he leído todos los libros". Me parece que Mallarmé dijo esto ante una pechuga de pollo. Si no, no se entiende.

sábado, 30 de octubre de 2010

Conformista/ afortunado

Es dulce ser amado, pero amar
oh, dioses, qué ventura. Goethe.


Aclaremos, antes que nada, los conceptos. El amante es esa persona que en la relación de pareja muestra más (o así se percibe externamente) su preocupación por la misma, está más pendiente, más sumisa, al fin. El amado es quien parece más despreocupado, más sobresaliente y dominante, al cabo. Vaya por delante mi posicionamiento (si algún día tengo pareja) en esta dicotomía que en principio viene marcada por nacimiento/personalidad: yo seré siempre amante. Excusatio non petita, porque, como ahora veremos, es este un tema que puede hacer cierta pupita a gente que no se tiene claro. Huelga decir lo siguiente, las relaciones tienen mil vericuetos desconocidos, no siempre, ni en el mismo peso, se da esta circunstancia, estoy hablando, claro, de generalidades. Pero vamos al meollo. Antonio Gala es quien hablaba de amante/amado. En Cómo conocí a vuestra madre se habla de afortunado/conformista, exagerando un poco y haciendo más daño de paso con la nomenclatura. Así, Marshall es, claramente, para los demás ( y para Lilly), aunque se niegue a aceptarlo, el afortunado, y ella es la conformista ¿Significa esto que Lilly posee menos sentimientos en su relación que Marshall (olvidemos por favor que ella lo abandona un tiempo porque no está segura)? Claro que no. Significa que existen roles en la pareja (va más allá de este post cómo se hace el reparto), y que asumen desde el principio, unos, que han de cuidar el más mínimo detalle, usar la palabra correcta, tranquilizar, regalar, excusar, mentirse, babear; otros, que han de dejarse cuidar, con cierta vara verde, por su cónyuge.

Aquí es cuando puede surgir la polémica. En dos aspectos. 1) La vida cotidiana: el amado ejerce una tiranía constante sobre el amante. Decide los aspectos importantes (y los menos importantes); tiene licencia para sacar los pies del tiesto, para la queja, y todo lo hace con una deferencia que al amante le parece gloria bendita, omnubilado en su condición. El amante cree a veces que tiene algo que ver en el sentido de la relación y esto es un truco creado, como he dicho, por la deferencia del amado. 2) Aspecto metafísico: el amante, propenso a la idealización amorosa, se ofende lógicamente ante este tópico porque no acepta que su pareja contribuya en menor medida a la relación, lo malo es que se ofende porque sabe (recuerdo que estoy hablando de generalidades, bla, bla, bla) que esto es cierto ¿Todavía incrédulos sobre esta teoría? Haced un ejercicio: pensad en cada una de las parejas que conocéis. Cotejad vuestra apuesta con cualquiera ¿A que coincide?

Este doble problema suele solventarse, gracias a dios, porque el amado está agustísimo y el amante obvia continuamente este hecho. Y, por supuesto, porque detrás está el amor. Y es al final lo que de una manera injusta y torpe junta. Es la misma deriva que ambos toman aunque hayan seguido caminos diferentes. Sé que la buena prensa está en los amados. Será quizá nuestra naturaleza animal la que sigue exhibiendo la seducción del fuerte, del bravo. Los amados que ahora estáis leyendo no podéis ocultar esa risilla satisfactoria. Permidme, sin embargo, una defensa real y poética del amante. Real porque es el más sensato. Tiene que aguantar por motivos irracionales al amado. Ofrece soluciones. Consiente. Abdica (por el otro: por él). Poética porque se lleva la mejor parte del pastel. Siente ,aunque moleste, el amor de una manera más angustiosa y profusa. Percibe cualquier momento como una claridad. Es todo un regalo.

Nota: esta teoría no sólo puede aplicarse a las parejas. Mi compañera de piso ejerce sobre mí una creciente e insalvable tiranía que no soy capaz de remediar. Cotejad vuestra apuesta ¿ A que coincide?

viernes, 1 de octubre de 2010

The Big Bang Theory


Penny, Penny, Penny... Sheldon Lee cooper.
Pocos placeres he encontrado en mi miseria como la idolatría, el fetichismo al cuerpo (¿personalidad?) femenino de mujeres que conozco, no conozco o de la pantalla grande o chica. He vuelto a enamorarme. Se llama Kaley Cuoco, exótico e impensable nombre para la actriz que encarna al personaje de Penny en The Big Bang Theory. Veo cada noche con Kela 3 episodios de la serie, y acudo a ellos como a una cita. Se me sacude el cuerpo como a Morgan Freeman cuando, en Cadena Perpetua, pasaban la escena en que Gilda levantaba el pelo y toda su sexualidad. Confieso sin rubor (es un logro a pulso) que he sentido celos cuando la besaba Leonard. Qué hay en esto de enfermedad o ternura poco me importa. Me casaría con ella.

Pero yo quería hablar de otro personaje, del principal de la serie, el gran Sheldon Lee Cooper, con quien me ha comparado físicamente la hija de puta de Kela: "tú eres un poco Sheldon".

No voy a describir a Sheldon, ved la serie. Es físico teórico. Su bis cómica consiste en que todos los conocimientos que posee sobre la vida consisten en eso, en simple teoría. Es un discapacitado social, como un asperger, como un niño con los conocimientos de una enciclopedia. Pues bien. A veces, no sin cierta deferencia, nada me parece más humano que Sheldon Cooper. Me da tranquilidad. Siempre he hecho apología de la sinceridad. Intento, fracasando, ser a diario una persona honesta, sin máscara, mostrar un lado sólo de lo que existo. Admiro a una o dos personas que conozco que casi lo consiguen. Sé que esto es imposible, que desde por la mañana temprano hacemos como actores, que hay pocos momentos en que nos vomitamos limpiamente, diciéndonos la verdad de nosotros mismos. Sé incluso que a veces es desaconsejable, que las mentiras, como escuché el otro día, endulzan la vida levemente. Pero qué pereza levantar cada día la pantomima, la pose, la frase de ingenio, las miradas críticas, el espectáculo social entre berrea y cansino. Por eso amo a Sheldon. Un tipo inaguantable incapaz de decir una mentira, libre de predicar una imagen, insobornable, inútil, contento cada vez que capta las convenciones sociales de las que nos sentimos orgullosos dueños; blanco, dulce, un tipo que me gustaría tener cerca para que nos recordara a menudo cuánto sobra de paja en nuestras vidas.


Nota: amo a Penny por la mañana, cuando sale en pijama; por la tarde, tan vestida; por la noche, otra vez en pijama. Pero sobre todo cuando se enfada.

viernes, 24 de septiembre de 2010

Isla

Recordamos algunas cosas de la adolescencia. Más puro (ahora convendría decir: "más ingenuo", pero una rápida reflexión me sacaría los colores, por lo falso), recuerdo una frase mía lapidaria. Venía a cuento de un bienintencinado ejercicio ( discúlpeseme la benevolencia con el gremio enseñante) me parece que de filosofía. Yo dije: aspiro a la solemnidad. Me oyó la niña que me gustaba. Nunca más supe de ella.
Entro ahora en mi nuevo centro confuso en casi todo. Menos andar en bicicleta (y nadar) todo se olvida. Dos personas, a bote pronto, me parecen por encima de los demás. Tienen una costumbre de la suficiencia. No quieren nada. Como si en siglos hubieran profesado un funcionariado de la vida. Sabemos, claro, que no es verdad. Pero me aturde la máscara, el hecho inquietante (¿y si es verdad) de que lo parezcan. Un nuevo claustro nos sacudimos ansiosos como niños chicos. Un ridículo cercano a a los sexenios. Yo estoy contento, la verdad. Pero no sé qué ha pasado entre ahora y cuando tenía quince años menos.

sábado, 31 de julio de 2010

Aureola


Un poema antiguo, a cuento por la playa y el verano.




Alzo la mano y toco el dulce cuero con dedos de papel,
el fin violeta, el nudo de tu pecho,
la misma piel, cerrada, de los labios.

martes, 22 de junio de 2010

Estepa

Esta ciudad, aún dormida, huele a sexo o mis manos.
Es seguro mis manos.
Yací con la mujer más bella de la tierra.
No hay tambor ni jazmín, no hay estandartes,
cómo pueden los fieles ignorar este hecho,
que vengo derrotado. Soy un Rey, soy un héroe,
cuatro gallos mi único cortejo.

domingo, 31 de enero de 2010

¿No te lo he dicho ya?
No. Casi nunca
te digo apenas nada.
Escúchame ahora que tampoco
te hablo.
No entiendo lo que haces. Lo que dices
incluso me rebela. No comprendo.
Desde armar la sartén
hasta coger lo que sobra de tu pelo
por detrás de tu oreja,
es por saber de ti,
es todo cuanto tengo que ofrecerte,
constituye mi espanto rutinario para encontrar contigo
un resquicio de amor que yo supiera.
Por ejemplo yo insisto qué frío hace
y en lugar de besarme me pasas el abrigo.
Y es porque no sé estar en esto solo,
mirando, descreído, tropezando en silencio,
pensando que tal vez es igual el misterio:
tú tampoco me dices nunca nada.