Si yo me viera, si yo me duplicara, como Locke, y me viera a mí mismo, qué decepción, qué mala versión de mí mismo, soy. Qué es lo que pretendo en ese perfil de número uno, la nariz de judío, la lengua de lagarto, los ojos de lagarto, el largo cuello. Y la voz. Esa voz de diecisiete años, convencida de nada. Yo no me aguantaría, siempre con lo mismo, cada vez más raro. Por eso no me gustaba ver fotos, ni Gracia hace milagros, y ahora me he visto al menos treinta veces.
Me tumbo sobre la colchoneta con la idea de no pensar en nada, de olvidarme de todo, y lo consigo fácilmente, pues caigo en que habitualmente no pienso en casi nada. Me enfrasco, paradójico, en pensar en algo, y ufanarme de haberlo esquivado, pero nada. El agua está algo fría. Estoy algo moreno ¿Y mi vida? ¿Y mi profunda vida? A ver si estos cabrones no me echan agua fría de la ducha. Mira el Felipe.
A arreones vivo, por eso no me canso del verano. Tengo la habilidad perfecta de aburrirme con un placer inmenso, sin agobios. No tengo voluntad. Mi madre dice que para eso me ha criado en la ley del mínimo esfuerzo. Pienso, sin embargo, en la falta de interés, en una rara paz conmigo mismo. Llevadme de la mano, como a un niño, que planto el culo enfrente del columpio.
No voy a hablar de Conil, ¡todavía queda verano! Un beso a todos.