"El olor y el sabor, tan unidos, son las claves más íntimas de la vida. Hay que gustar todo con los ojos cerrados. Mirar una cosa es exteriorizarla, pienso ahora. Hay que ver sin mirar. Hay que oler. El olfato, quizás, es la mirada del alma" Francisco Umbral.
Lo que yo quise, como y cuanto amé, es lo que queda. Nada más que de mí, no hay otros nombres. Miguel Ángel astenia quincenal, miguelángel muriéndose de frío de la felicidad tan cerca, ese viento que traía la muerte, como en la canción del otro Silvio, y las copas postrándose, a fin de existir. Lo que el amor hacía de mí, yo era.
Me cuenta mi prima que tenía un compañero que, cuando la recogía para ir al trabajo por las mañanas, le calaba si había habido sexo matutino: "a ti te han soltado los perros esta mañana". Yo le he dicho que eso es por el olor. Hay gente que huele. Hay gente finísima que lo huele todo, y sea porque es un sentido casi inexistente en mí, me parece que el olfato es una aristocracia de los sentidos, muy lejos del animal que llevamos dentro. El olor me parece la forma más pulcra y educada de la comunicación, exento de la ambigüedad de la palabra infame, de la terquedad de nuestras manos sucias. Cambiaría mi carrera por distinguir un olor. Mi amiga Gracia sabe si la comida está sosa o en su punto por el olor, y me parece entre mentira (si ella mintiera) y maravilloso. Yo vivo entre semana en Las Erillas Blancas, Estepe. Junto a mi casa hay una fábrica de mantecados, así que huelo a azúcar y almendras cada día, sólo tengo que abrir un poco la ventana. A una persona con olfato le parecería excesivo, pero a mí me encanta, me acerca a casa el olor a dulce y pan. Pero ya está, no comprendo la magdalena de Proust, soy yo el olor que me interesa (otra vez yo): al parecer, yo huelo; huelo bien, eróticamente incluso. Una mujer me ha detectado tres olores diferentes que ya conoce. A otra le encanta uno de esos tres. Otra me pregunta que qué perfume uso, cuando no uso ninguno. Mi prima me dijo el otro día lo bien que olía, que qué me había echado. Pues nada. Las mujeres están locas, ya se sabe, y en su infinita y oscura sensibilidad contemplan más un olor que una mentira. Nosotros nunca comprenderemos eso.
Me cuesta hacer algo si no es a conveniencia. Mi supuesta bondad procura tener siempre cubiertas las espaldas. Procuro ser yo mismo, reservándome el derecho de dormir en casa, eso no vale. Las esquinas se doblan conmigo, dice Junior. Pretendo que mi mundo sea como yo.
Tenía pensado escribir algo como esto: "El verano remoto que no quiere irse. Nos alarga la mano hasta el pescuezo. Qué calor. Y sin embargo, no sé cómo, intuía el frío, no ya el otoño endeble. El caballo barruntando de espaldas. El triste invierno, inevitable, porque el veranillo que tiene mi nombre había de acabarse, no se podía quedar, así, sin más, más tiempo. Tener frío es estar solo." Pero me acaba de llamar, y esta metáfora del tiempo es sólo eso, pamplina, literatura falsa. Me ha sacado una risa, y sigo estando cómodo y no sé qué con ella. Un beso, guapa.