¿No te lo he dicho ya?
No. Casi nunca
te digo apenas nada.
Escúchame ahora que tampoco
te hablo.
No entiendo lo que haces. Lo que dices
incluso me rebela. No comprendo.
Desde armar la sartén
hasta coger lo que sobra de tu pelo
por detrás de tu oreja,
es por saber de ti,
es todo cuanto tengo que ofrecerte,
constituye mi espanto rutinario para encontrar contigo
un resquicio de amor que yo supiera.
Por ejemplo yo insisto qué frío hace
y en lugar de besarme me pasas el abrigo.
Y es porque no sé estar en esto solo,
mirando, descreído, tropezando en silencio,
pensando que tal vez es igual el misterio:
tú tampoco me dices nunca nada.