jueves, 23 de octubre de 2008

Elogio del ceceo

A esto le falta rigor para ser un poema. A Ángel González le hubiera quedado bien. Pero bueno, ahí tenéis.



En Andalucía,
en algunas ciudades como en algunos pueblos
la lengua se cuela entre los dientes para decir la ese.
Si se lanza suave y es cabal el discurso
lo que los hombres dicen suena claro,
fuera del circunloquio. Limpio, honesto.
Y aunque no fuese cierto pronuncian la verdad.
En ellos las palabras son gestos de franqueza,
saludos con la mano que prologan sonrisa,
desprecio de lo vacuo y la impostura.
Esta cordialidad entre palabra y hombre
tiene cierto cariz, digamos sensitivo,
entre algunas mujeres. Imaginen la boca
para decir lo siento, ya sabes, sin embargo,
el contagio en las manos y en el cuello.
Imaginen también la lengua entre los dientes,
las ganas de morder de nuestros labios finos
lastrados en la farsa del seseo.

viernes, 17 de octubre de 2008

El tiempo

Todo el tiempo del mundo, al menos tienes todo el tiempo del mundo allí en el pueblo. Cuando me levanto de la siesta, me digo en voz alta las tareas de la tarde. Comprar tabaco, algo para cenar, punto. Y sin embargo, me falta tiempo. Me falta todo el tiempo que no me dedico a mí mismo. Me alegra, en cierto modo, este no hacerme falta aparte de mí. Sería el doble de esfuerzo. Nunca he sabido y espero no saber qué significa eso de conocerse a uno mismo, ni estar agusto consigo mismo, etc. Simplemente no me aburro. Pero esto, con sus ventajas, tiene su engaño. Los fragmentos del tiempo. Me divido la tarde, sin quererlo, en framentos de tiempo. No más de 40 minutos en el ordenador. El tabaco. La lectura, obligación que no sé por qué es ahora devoción. La escritura, entre humo e imposible. Acaba "Pasapalabra", sin volumen, y es mi señal para dejar el libro y ponerme con la cena, que ha de dejar sitio, las diez como mucho, para mi espacio insobornable y enfermizo del dvd. Una serie, una película, lo que sea. Necesito la espalda contra el sofá y la película. O sea que tengo todo el tiempo y nunca he sido tan esclavo del tiempo. Esta tranquilidad que no es sino una impostura frente a la realidad, qué cansina la vida. Podría pasarme 30 años así, pausado y conforme, tranquilo por estar satisfecho de no hacer nada. Me salva, sin embargo, el raciocinio (y lo golfo). La incómoda seguridad de que, al menos una vez por semana (¿una vez en la vida?) hay que ignorarse, llevarse el pie a la boca (como dice Alanis) en esto de la vida. Burlar, como un Cid victorioso, la falta de voluntad. Lo tengo planeado. Un beso a todos.

viernes, 3 de octubre de 2008

El señor de las moscas

Como un perro que oye el timbre de su amo, como un infante en el campo desconocido, así salgo el viernes de Gullate, casi derrapando. Se explica de esta manera que a las 10.30 de la mañana ponga en el coche Hound dog, de Elvis, y me suene a coro celestial.
La semana pasada veía a mis antiguos compañeros, y sin embargo amigos, verdadero y feliz. El sábado, en la tele César Millán (quien más me enseña de pedagogía), llamaba a mis amigos, verdadero y feliz. Es absurdo, por verdadero, que la alegría venga por contraste. Me niego a ser tan estúpido, pero ahora mismo es lo que tengo. Hablaré en mi contra.

La expectativa. Es curioso que recuerde de los últimos meses grandes momentos en el coche. Esta mañana el sol temprano de Gullate me despedía como un compadre. La felicidad era algo que esperaba. Lo siento, me digo (últimamente, con quien más hablo, es conmigo). No eres capaz, es imposible, de abrazar el momento. Incluso la expectativa, para un neurótico, es inquietante (esto es largo e íntimo para contarlo aquí). Nos queda, entonces, el día siguiente. Qué complicado.
Qué buenos momentos, sin embargo, en el coche, esperando algo.

Lo he contado ya. Junto al Instituto hay una granja de pavos. Mientras explico el sintagma nominal aparto moscas. El administrativo es Errol Flynn, batiéndose valerosamente con el matamoscas cual florete.

Estoy escribiendo un poema. Lo pondré aquí si lo acabo. Empieza así: Ya no puedo olvidar...