Éste no es el blog de Germán

Y sin embargo voy a contar un sueño. Y es que he soñado, otra vez, con Rocío Candelaria Álvarez Palacios, es decir, compañera desde segundo a octavo de EGB. Ni tengo fotos ni la he vuelto a ver desde entonces. A la mierda con Freud, como dijo Umbral. Rocío era alta, guapa y lista. Si estuviéramos en USA sería algo así como la reina de la belleza. Pero además era simpática. Descendía desde sus alturas con frecuencia para mezclarse con los parias (yo y otros). Había caído en la clase equivocada (los fantásticos estaban en el B; el D, la nuestra, era de tipos corrientes). Recuerdo el día en que Rocío y yo fuimos novios. Era en segundo. Rocío se estaba pasando por la piedra emocional a toda la clase. Salía a dos o tres novios por semana. Lógicamente me llegó el turno. Me dijo que me esperaba en la puerta del colegio. Y justo en la puerta, mi espalda contra una esquina, puso las manos en la pared, rodeándome (me sacaba una cabeza; además, a mí me decían hormi, de hormiga, porque era pequeñito y cabezón), y me dijo que me quería y todo eso. Cuando se fue, me quedé un rato más, como siempre, con un grupo de alumnos a los que nuestras madres nos recogían más tarde. Recuerdo que jugué el partido de fútbol con una piedra más feliz de toda mi vida. Al día siguiente, claro, me parece que Rocío no me miró en todo el día. Se había acabado todo. Aunque, oficialmente, yo aún era su novio. Otro día cuento cómo empezó inmediatamente con otro de mi clase. En fin, es extraño acordarse de todo esto, el sueño... Y si se cambian la piedra, el uniforme y otros detalles, puede pasar lo mismo, ahora. Entiendo, ay, que no hay aprendizaje en esto del amor.